jueves, 17 de abril de 2014

CUADERNO DE VIDA: ENVIDIAS

Envidia

Mirar alrededor y compararse. Ver lo que otros tienen. Aspirar a ello. Y, de alguna manera, irse deslizando por la pendiente del desasosiego. Hay quien habla de envidia sana, quizás para contraponerla con esa otra envidia más destructiva. Sano sería el reconocimiento, humilde, de que te gusta algo que no tienes, que reconoces, valoras y aprecias en otros. Insana es la envidia cuando, en algún punto del camino, la pena por lo que tú no tienes, o incluso la aspiración legítima a conseguir algo, se convierte en rabia porque otros lo tengan. Ese es el juego perverso de la envidia. Una comparación en la que uno sale mal parado y  el otro se convierte, de algún modo, en rival.
¿Cuál es el problema? La envidia te come por dentro. Te muerde. Te hace doblarte un poco sobre ti mismo. Y al tiempo, pone una barrera entre tú y aquel o aquellos a quienes envidias. Se convierten en rivales, en enemigos, en objeto del menosprecio o el enfado. En realidad el objeto envidiado es lo de menos. Puede ser el trabajo, la suerte, un bien material, una relación personal… Lo terrible es cómo la envidia mata la relación. Y como te va encerrando en un pozo de amargura, obviando todo lo que puede haber de privilegio y suerte en lo que sí tienes. 
Alternativa. Frente a la envidia los caminos son indirectos. Quizás el más necesario debería ser la gratitud, una mirada lúcida y consciente a la propia vida. Aprender a valorar las muchas cosas que uno da por sentado y que, sin embargo, son oportunidades que no todo el mundo tiene. Aprender a celebrar las fiestas propias, los días buenos -que seguro los hay-, los nombres de tu vida.  Otro camino sería el reconocimiento, lo más reflexivo posible, de cómo todas las vidas tienen sus luces y sus sombras, sus averías y sus grandezas.  Y un tercer camino sería la alegría por el bien ajeno, aprender a sonreir con otros, por otros, sin convertirse uno mismo en referencia de todo lo que esos otros tienen, viven o celebran. 
       
PARA INTERIORIZAR.
Después de la lectura, sé sincero contigo mismo y escribe las resonancias que ha hecho en tu interior, si te has sentido así reflejado en algún momento de tu vida y si has utilizado esas alternativas.

CUADERNO DE VIDA: PERSONAJES DE LA PASIÓN

Pilatos, "el ciego"
Lo sabes, ¿verdad? Sabes que es inocente. Estás acostumbrado a tratar con canallas agresivos, con asesinos, con gente desesperada capaz de cualquier cosa. Así que este Jesús, que te habla con firmeza, que en su desnudez golpeada tiene más majestad que muchos senadores romanos, y que habla de un reino que no es político, te convence.

Pilatos es un icono que podríamos tener en la mesilla de noche, para recordarnos que las buenas intenciones no son nada sin poner los medios, especialmente cuando los tenemos. En su mano está hacer justicia, pero sucumbe a las amenazas: “tu prestigio”, “tu posición ante Roma”, “tu provincia…” En el fondo Pilatos cede a un chantaje. “Crucifícalo o prepárate para que la región se convierta en un polvorín”. “Cierra los ojos si quieres, lávate las manos, carga sobre nuestras conciencias su vida, pero condénalo.” Y Pilatos lo hace. Cierra los ojos, se lava las manos, opta por lo conveniente y olvida lo esencial, opta por lo presente y olvida lo que no tiene momento, y sigue adelante con su vida.
PARA INTERIORIZAR:
Salió entonces Pilato, fue hacia ellos y dijo: “¿Qué acusación traéis contra este hombre?”

¿No es, tal vez, lavarse las manos, la tentación más fuerte hoy? No se puede hacer nada. El mal me desborda: es estructural. 
¿Qué voy a hacer yo contra el hambre, la guerra, la injusticia, el deterioro del planeta? No está en mi mano hacer nada. Yo vivo y me lavo las manos. ¿Seguro?