De niño le daba miedo subir al trampolín de la piscina. Llegaba a lo más
alto, caminaba por el tablón, se asomaba al borde, con una mezcla de vértigo y
ganas, y aunque el agua allí abajo ofrecía mil promesas, también le asustaba
pensar en todo lo que podía salir mal. «¿Y si me doy un planchazo? ¿Y si no es
tan hondo como parece? ¿Y si alguien se ríe?» Y así estaba, un paso adelante, y
otro paso atrás, sin decidirse nunca a saltar.
No recordaba la
cantidad de ocasiones en que se había rendido. Desistía. Volvía a bajar por la
escalerilla, con una mezcla de vergüenza y decepción, y el estómago encogido
por la frustración y los nervios. Pero aunque trataba de no volver a subir, la
promesa de zambullirse, al fin, en el agua fresca, le atraía de nuevo a lo
alto. Llegó el día en que pudo más el anhelo que la prudencia, la promesa que
la desconfianza, el valor que el miedo. Se acercó al extremo. Miró abajo. Se
dejó caer inclinando el cuerpo para que la cabeza fuera por delante. Y en esos
instantes eternos de vuelo y júbilo, antes de sumergirse en el agua viva, tuvo
la certidumbre de que el riesgo merecía la pena.
José María Rodríguez Olaizola, sj
PARA REFLEXIONAR:1. Escribe qué te sugiere esta reflexión del jesuita José María.
2. ¿Te sientes identificado con alguna vez que te haya ocurrido algo parecido?
3. Estamos en tiempo de Pascua, acabamos de terminar nuestra Semana de Identidad SAFA. ¿Cómo la he vivido, he interiorizado, he convivido?
4. ¿Qué te sugiere la fotografía y el título de la misma'